La economía solidaria representa una alternativa concreta ante un sistema económico generador de desigualdades. Incluye una serie de prácticas de diversos intercambios y distribuciones de bienes que pueden alternar con los mecanismos de mercado, pero en la base de su concepción proponen un paradigma distinto de cómo administrar productos y servicios, poniendo al centro las necesidades sociales; con ello se desarrolla una crítica a la pura transaccionalidad entre competidores cuyo fin último es la ganancia particular, seguida de la acumulación incesante de capital en manos de unos pocos “ganadores” del juego comercial. Por eso la economía solidaria es capaz de fomentar y fortalecer la vida comunitaria. Esa es la distinción que la hace solidaria: la formación de comunidades de práctica alternativas más allá de los fines de concentración a favor principalmente de las élites.